DÍA DE LA DIVERSIDAD CULTURAL
Un hombre, un niño y una mujer ona a principios del S.XX en Tierra del fuego
Talimeoat y yo contemplamos largo rato y en silencio los sesenta y cinco kilómetros de colinas cubiertas de bosques que se extendían a lo largo del lago Kami, envueltos en lo tintes del magnífico crepúsculo. Yo sabía que él buscaba en la distancia cualquier señal de humo de los campamentos amigos o enemigos. Luego se sentó a mi lado y olvidó la vigilancia y hasta mi propia presencia. Yo, al sentir el frío de la tarde, estaba a punto de proponerle que nos pusiéramos en marcha, cuando exhaló un profundo suspiro y dijo para si, en voz queda, y con el acento que sólo un ona puede dar a sus expresiones:
-Yak haruin! (¡Mi tierra!)
El suspiro que precedió a estas suaves palabras, tan poco usuales en un ona, ¿lo motivaba acaso la visión de un futuro, no muy lejano, en que el cazador indio ya no recorrería la soledad de los bosques, la leve columna de fuego de sus campamentos había sido reemplazada por la chimenea de los aserradera, y las potentes máquinas y las ruidosas sirenas alterarían para siempre el secular silencio?
Del libro "El último confín de la tierra" (E. Lucas Bridges)